27.7.08

Víctimas del Vaciamiento/Psicopatología y Abordajes

Como criterio preliminar a las siguientes reflexiones acerca de la psicopatología de las toxicomanías, sostenemos que la adicción es un punto de llegada, el fin de un largo y complejo proceso extendido en el tiempo.El inicio de este exitoso recorrido, se ubica en el logro de la falla en la construcción de la identidad del sujeto.A esta condición fundamental y sobre la cual nos referiremos oportunamente,se le suman otras no menos determinantes: la posibilidad y características del encuentro con la sustancia, la posición del sujeto futuro, toxicómano en cuanto al desafío a la Ley, las vicisitudes de la interna familiar, y el medio adictivo social.Desde el punto de vista del desafío a la Ley, lo que se juega, en una primera aproximación al tema, es la noción de conflicto la cual nos remite a la de síntoma.Entendemos el conflicto, como una cuestión de intereses en pugna, y al síntoma como el resultado de la negociación de las partes, una peculiar forma de consenso.El primero en trabajar la noción de síntoma en el ámbito social fue Karl Marx y lo hizo con relación a la plusvalía.Luego Freud conceptualiza el síntoma como un conflicto con el deseo inconsciente.¿Cómo se expresa entonces en lo social?. Se expresa en el tropiezo entre normas y leyes.El conflicto psíquico se manifiesta en el dolor de vivir y la droga es un apaciguador efímero, provisorio, exigente y a la larga ineficaz. A modo de introducción, señalamos algunas motivaciones iniciales del consumo de drogas: calmar un malestar físico, búsqueda de ensoñación pasajera como forma de romper la monotonía de una existencia insatisfecha, como antidepresivo y antiinhibitorio, entre otras que seguramente se podrían agregar.En estos términos se puede entender aquello que los adictos no se cansan de decir, “con la droga está todo bien”. Y si con la droga está todo bien, la droga más que un problema, es una solución, un albergue transitorio. Los modelos promovidos como paradigmas del éxito social generan la banalización de la existencia, un radical vaciamiento de sentido, y la estrategia para asegurar la supervivencia impone como condición el redoblamiento de la alienación de la identidad. Podríamos decir, parafraseando al grupo Hermética, que los adictos son víctimas del vaciamiento. A la vez, los adictos encarnan un vacío, vacío de ilusiones, de proyectos, de palabras. En este vacío, fuente de angustia inenarrable, las drogas toman la palabra: la capturan, colonizan y esterilizan neutralizándola. Quienes trabajamos con adictos hemos podido comprobar en innumerables oportunidades, que ante el vacío de sentido, lo que domina la escena, es la descarga cinética. Como en una particular forma de afasia, el adicto gesticula su desesperación, forzando sus palabras atragantadas hasta el borde del silencio absoluto.Aquella verdad de Perogrullo de la clínica que dice que, aquello que no se habla se actúa, adquiere el dramatismo de un acto urgente, imperioso, impostergable y muchas veces irreversible.A la lógica infraverbal del adicto, como expresión de la incapacidad de trasmitir el mensaje de su angustia, angustia inenarrable decíamos antes, el tóxico toma la palabra, trasvistiendo el sinsentido en un vertiginoso silencio poblado de actuaciones desesperadas y desesperantes.La marcas de este anonadamiento se leen en el cuerpo del toxicómano, tal como lo describiera magistralmente Franz Kafka en su cuento "En la Colonia Penitenciaria".A la vez pareciera que el cuerpo es reconocible como propio sólo y a partir de las escoriaciones, heridas, tatuajes e inscripciones auto producidas como el acto de posesión de un bien hasta entonces ajeno.Tal vez esto explique en parte, el porqué de la falta de reacción ante el previsible dolor que en los frecuentes rituales auto punitivos, como el tajeado de brazos o el apagado de cigarrillos sobre el cuerpo, nuestros pacientes parecen no experimentar.Si el Yo es una superficie corporal, habría que rastrear entonces las modalidades de su conformación.Los movimientos en la constitución del Yo, como una de las instancias psíquicas del sujeto, responden a una dialéctica de identificaciones.Se puede entonces afirmar que uno de los nódulos de la problemática de las toxicomanías está en cómo funciona este movimiento dialéctico, para que alguien pueda convertirse más tarde, tal vez en un adicto.El Yo del Sujeto se constituye a imagen y semejanza de un Otro.Este verdadero acto de nacimiento del individuo como tal, es decir, ya fuera de la existencia fusional y por lo tanto indiferenciada que componía con la madre, no recorre una secuencia ni lineal ni universal.Desde el psicoanálisis se explica la imposibilidad de salida de esta fase fusional en las psicosis. Es Olievenstein, el que señala los avatares del futuro toxicómano en el curso de este proceso, en el que estaría a medio camino entre, una fase del espejo lograda y la consiguiente individuación, y una fase del espejo imposible. Continuando con la ficción del espejo, el júbilo del descubrimiento anticipatorio de un sí mismo "propio", fue interrumpido por el estallamiento de la superficie donde se leía este festejo. La fiesta se terminó sin aviso. Y de forma violenta, además. Y lo que se ve entre los restos del espejo estallado son fragmentos de una imagen rota e inconclusa. Del reconocimiento al estallido y viceversa, se moverá el futuro toxicómano intentando vanamente repatriarse a ese paraíso perdido. La fiesta de la que fue expulsado. Una de las formas de esta ilusión será convertir a la sustancia en una suerte de masilla que logre reconstituir la tersura de aquella añorada y mítica superficie espejada. Objeto transicional devenido fetiche, la droga funda un lugar para el Ser del sujeto. El acto de drogarse será una y otra vez un intento, fallido desde el origen, de reintegrarse.Y el Nirvana al cual se cree retornar, bajo la mascarada de un flash, es la trampa mortal y silenciosa a la cual debemos proponer alguna mitología. Este intento se da en dos tiempos, la proposición, como un juicio de atribución y la desmitificación como juicio de existencia, que posibilite una ec-sistencia en términos de Heidegger, el acceso a una singularidad excéntrica, esto es, tendiente a promover un emplazamiento posible que sea extraterritorial respecto a un Yo Ideal. Aquí se trazan muchas veces, los fracasos de la clínica: Si el Yo Ideal es una utopía, una práctica que plantee como criterio de rehabilitación la inmersión del Sujeto en un Yo Ideal Universal no puede sino reinstalar un circuito dilemático, el laberinto en el que ya está el adicto. Y más, ahora su inermidad fue reforzada por una ortopedia al servicio del simulacro. Se trata de un sujeto libre de drogas, no de deseo, ni de ideales. Porque, ante una Ley esencialmente perversa, en tanto promueve la incesante repetición de la renegación, y aloja el acto compulsivo como un inevitable e ilusorio intento reparatorio, el desafío es una maniobra vital de preservación que abre un universo de posibilidad al Ser. Tal vez entonces, más que en transgresión se pueda pensar en alternativa. Posicionar un tratamiento posible de las adicciones, desde la consideración de esta alternativa, es también un desafío. Un desafío y no una garantía.

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