10.12.06

Marginalidad y los Nuevos Discursos: La Generación X

Se trata de sobre volver sobre ciertas cuestiones de vieja data que actualmente, son semantizadas de acuerdo a los nuevos contextos, discursos y escenarios. Existe un desafío demográfico de compleja resolución. No se espera que la civilización se estabilice antes del siglo 22, cuando se llegue a una población de alrededor de 11. 600 millones de habitantes en el planeta. El desastre previsto se está convirtiendo en realidad. El pensar explicaciones esencialmente humanas para los fenómenos colectivos, no es ajeno a estas circunstancias y revela amargamente desde el fin de milenio, el retorno a las vastamente conocidas conflictivas que las nuevas tecnologías ideológicas y modelos mentales no alcanzaron a resolver. Se trata de abordar la brutal expansión, que en estos últimos años ha cobrado una visibilidad notable debido al fracaso de las gestiones tendientes a contener a grupos poblacionales altamente estigmatizados entre ellos, los jóvenes marginales y adictos, aquellos con los que trato desde 1989, y cuya situación no ha variado al menos en las tres últimas décadas. Aquellos para los cuales la agenda mundial no prevé una habilitación e inserción en el ámbito de los intercambios sociales, aquellos para los cuales ya no hay un lugar en el mundo. Y frente a esta situación la reacción de autoconservación puede imaginarse y ya sucede, lejana de ser pacífica. La pobreza, las necesidades básicas insatisfechas en todos los órdenes, la desocupación, la pérdida de la dignidad y la falta de espacio social y ambiental, minan los mecanismos de conductas racionales tanto en los no incluidos como en aquellos llamados a conducir este proceso, cuyo perfil dilemático, promueve acciones previsiblemente desesperadas. Es incluso hasta posible suponer que se intenten métodos de evitar la expansión demográfica de carácter violento y coercitivo. El control de la natalidad y no la planificación familiar, es un acto arbitrario y manipulativo. El SIDA, como las guerras prefabricadas son una estrategia siniestra pero más eficaz. Quiero dejar aclarado que no es ni remotamente mi propósito, establecer alguna forma de taxonomía lombrosiana con aroma a chucrut. Decía, entonces que en los últimos treinta años se han escrito infinidad de libros y artículos sobre la marginalidad. Los diagnósticos se presentaron en términos de exclusión social, la cual progresivamente, iba degradando la vida de un número cada vez mayor de individuos. La desintegración del aparato productivo con su correlativa alza en las tasas de desocupación, sigue siendo el caldo de cultivo que alimentan estas hipótesis. Sin embargo, la marginalidad es un concepto paradójico. El contacto con los llamados Chicos de la Calle plantea la cuestión de la marginalidad como un imperativo que altera los tiempos lógicos: la exclusión está en el origen. De lo que se trata es de la imposibilidad de acceso como premisa. El problema es la inclusión. Los hijos de los excluidos son los no incluidos de hoy. Años después cientos de miles de adolescentes, que no tuvieron el privilegio de pertenecer, sólo obtienen su status legal a través de un delito que los legitima. Solos en la madrugada pierden su condición de N.N. en una comisaría. A esa hora el registro civil está cerrado. Para muchos, la existencia social es el resultado de un operativo policial. El ingreso en La Tumba (Instituto de Menores en el argot de este conglomerado social) sostiene burocráticamente la inscripción y la pesadez insoportable de ser ahí y sin zapatos de goma. Algo más que filosofía barata, diría alguien que los prejuicios hacen recomendable no citar. De ahí en más un universo de restricciones se abre, la ley de la calle como la supervivencia del más apto, procesa la selección. La imposibilidad de retorno a lo presocial informa de la Naturaleza de la Cultura. En este fin de milenio muchas preguntas flotan, mientras masas de jóvenes se ahogan en las incertidumbres intelectuales de los decisores. “Estamos en el fin de siglo y en la Argentina. Luces y sombras definen un paisaje conocido en Occidente, pero los contrastes se exageran, aquí, por dos razones: nuestra marginalidad respecto al primer mundo (en consecuencia muchos procesos cuyos centros de iniciativa están en otra parte) y la encallecida indiferencia con que el Estado entrega al mercado los distintos niveles de gestión social, sin plantearse una política como contrapeso. Como en otras naciones de América, la Argentina vive el clima de lo que se llama la posmodernidad en el marco paradójico de una nación fracturada y empobrecida”. Dice Beatriz Sarlo “Hoy, las identidades atraviesan procesos de balcanización; viven en un presente desestabilizado por la desaparición de las certidumbres tradicionales y por la erosión de la memoria; comprueban la quiebra de normas aceptadas, cuya debilidad subraya el vacío de valores y propósitos comunes. La solidaridad de la aldea fue estrecha y, muchas veces, egoísta, violenta, sexista, despiadada con los que eran diferentes. Esa trama de vínculos cara a cara, donde principios de cohesión premodernos fundaban comunidades fuertes, se ha desgarrado para siempre. Las viejas estrategias ya no pueden soldar los bordes de las nuevas diferencias... si en el pasado, la pertenencia a una cultura aseguraba bienes simbólicos que constituían la base de identidades fuertes, hoy la exclusión del consumo vuelve inseguras todas las identidades”. Alain Touraine se refiere a la posmodernidad sosteniendo que la disociación de la economía y la cultura conduce o bien a la reducción del actor a la lógica de la economía globalizada, lo que corresponde al triunfo de la cultura global o bien a la reconstrucción de identidades no sociales, fundadas sobre pertenencias culturales y ya no sobre roles sociales. Cuanto más difícil resulta definirse como ciudadano o trabajador en esta sociedad globalizada, más tentador es hacerlo por la etnia, la religión, o las creencias, el género o las costumbres, definidos como comunidades culturales. Se busca así una identidad cultural a partir de comunidades que detentan rasgos comunes. No es el fin del Sujeto sino una mutación del mismo. Una mutación que no puede sino ser comunitaria y cultural. Estoy firmemente convencida que aún en la sociedad posmoderna el Sujeto con sus particularidades no desaparece. Llegamos así a preguntarnos por la identidad individual y social en la posmodernidad. Qué es lo verdaderamente contemporáneo en los vínculos que se entablan entre la identidad propia y la sociedad. Nos enfrentamos hoy a una paradoja en la subjetivación, por una parte es la supuesta desaparición del Sujeto que pierde los anclajes de su identidad sumergido en las modas y el consumismo, la inmediatez y la superficialidad. Los cambios en la organización social que ocurrieron en décadas recientes parecen ser inabarcables. La globalización, los sistemas de comunicación transnacional, las nuevas tecnologías de la información, la industrialización de la guerra, el colapso del socialismo soviético, el consumismo internacional: los procesos de desterritorialización en general, nos interrogan acerca de cuáles son las relaciones entre los cambios en el nivel de las instituciones sociales y la vida cotidiana y cómo afectan los procesos sociales las instancias personales. No será oportuno empezar a pensar el entrecruzamiento entre lo individual y lo institucional. Si la posmodernidad refunda una sociedad a partir de un mundo caótico y multidimensional, la globalización de las comunicaciones desemboca en una proliferación vertiginosa de discursos. Se abre un camino para la liberación de las diferencias. El Sujeto parece entrar en una deriva. Más allá de cualquier comprobación basada en el marketing de los discursos sociológicos en boga, los conflictos que afectan a los seres humanos se nos presentan perennes al recorte de una mirada finisecular. Es cierto que los modelos promovidos como paradigmas del éxito social generar la banalización de la existencia, un radical vaciamiento de sentido, y la estrategia para asegurar la supervivencia impone como condición el redoblamiento de la alienación de la identidad. En el caso que más conozco los jóvenes marginales y adictos, podríamos decir parafraseando al grupo Hermética, que son víctimas del vaciamiento. A la vez, los adictos encarnan un vacío, vacío de ilusiones, de proyectos, de palabras. Como en una particular forma de afasia, el adicto gesticula su desesperación, forzando sus palabras atragantadas hasta el borde del silencio absoluto.

Como diría el novelista canadiense, Douglas Coupland, en su libro Generación X: “X es el símbolo de la indefinición por excelencia, y así se perfila toda una generación. X es la forma de nombrar el vacío: vacío de ilusiones, de proyectos, vacío de historia, pasión, deseo, un vacío tan estéril...”. Envidia demográfica es el rótulo que Coupland, cuyo antecesor literario y temático puede rastrearse en la novela acerca de los 80’, Amercican Psycho de Easton Ellis, aplica a este sufrimiento extendido a la juventud de los noventa. Otra prueba de esto es también la brillante y reveladora Nación Prozac de Elizabeth Wurtzel. Más cerca la película de Aristarain, Martín (H) toca el tema de la sensación de vacío de otro miembro de la Generación X. Lo que quiero dejar claro es que la Generación X está en Montreal, Boston, Merlo, Fuerte Apache, Ruanda, Sarajevo, Kosovo, San Isidro, Berlín o Budapest. La Generación X está globalizada. Y creo que este hecho no es demográficamente una coyuntura menor. No sólo no se trata de una cuestión menor, es también un destino trágico, desde cualquier perspectiva que se pretenda analizar. Pero eso no se está considerando seriamente y las consecuencias parecen no contar con demasiado espacio en la agenda de este fin de milenio. “El principio del exterminio no es la muerte, es la indiferencia estadística”. (4) Volviendo al inicio, sostengo que la así llamada Generación X, demográficamente está en estado de completa virtualidad, ni siquiera cuentan con un anclaje para ser incluidos en alguna estadística no estigmatizante, sólo son visibles públicamente a través de actos defensivos de transgresión con el objeto demostrar que existen, que son, aún fuera de los modelos socioeconómicos para los cuales son tan sólo un grupo para el cual se diseñan políticas de control social, para tranquilizar las conciencias de los funcionarios políticamente correctos y acallar los temores de los que sí han logrado pertenecer a la sociedad que prioriza desesperadamente lo arduamente obtenido. Teniendo en cuenta todo lo expuesto mi opinión es francamente poco optimista, no veo que las eventuales respuestas estén en sincronía con la urgencia de la crisis. No me es posible percibir acciones al menos paliativas del sufrimiento de enormes grupos sociales cruelmente expuestos a planes que distan de valorar el perfil humano en juego. Más bien lo que impresiona es una profundización del desamparo y abandono de millones de seres que perecerán irremediablemente victimizados por la falta de oportunidades, la inequidad, y el escaso interés en su supervivencia debido a que son funcionalmente innecesarios, no hacen falta, sobran. Quisiera honestamente ser prospectivamente menos escéptica y creer verdaderamente que es posible salir, como diría Borges, de la terca neblina en que parecen deambular los así llamados Gestores Sociales. Quisiera creer aquello que el sujeto se rescata como proyecto, no es sólo parte de una retórica oportunista. La caída en el tiempo, el tan rimbombantemente anunciado fin de la Historia, la ingenua creencia de la muerte de las ideologías y el imposible ideal de la objetividad en las ciencias sociales, son la muestra más inobjetable de un presente despiadado y el preámbulo de una muerte anunciada. En las actuales contingencias, el holocausto de una Generación más allá de la enunciación ininterrumpida de propuestas moralmente irreprochables, suena considerando la realidad de los posibles escenarios, por lo menos un acto de cinismo. Sin reparar en la recuperación de las utopías, de los valores dignificantes de las personas, de la potencia creadora de las comunidades, el no future de los punks, será el cadalso en que una vez más, otra generación será inmolada. Espero con toda mi esperanza, equivocarme.

8.12.06

La Ley de la Calle /Página/12 , año 1992....2006

En el año 1992, la directora de la Sección Psicología de Diario Página /12, Claudia Seltzer, invitó a un grupo de profesionales dedicados largamente, a temas que tienen que ver, con la infancia y adolescencia en situación de desventaja social, y entre los cuales me encontraba, junto a la Lic. Zacarias, a la avant premiére en el cine Libertador,de la película Las Tumbas, basada en el libro homónimo de Enrique Medina. A 14 años de ese artículo, este fue mi aporte, publicado entonces, luego de ver el film. En los últimos treinta años se han escrito infinidad de libros y artículos sobre la marginalidad. Los diagnósticos se presentaron en términos de exclusión social, la cual progresivamente, iba degradando la vida de un número cada vez mayor de individuos. La desintegración del aparato productivo con su correlativa alza en las tasas de desocupación, sigue siendo el caldo de cultivo que alimentan estas hipótesis. Sin embargo, la marginalidad es un concepto paradójico. El contacto con los llamados Chicos de la Calle plantea la cuestión de la marginalidad como un imperativo que altera los tiempos lógicos: la exclusión está en el origen. De lo que se trata es de la imposibilidad de acceso como premisa. El problema es la inclusión.Los hijos de los excluidos son los no incluidos de hoy. Treinta años después cientos de miles de adolescentes, que no tuvieron el privilegio de pertenecer, sólo obtienen su status legal a través de un delito que los legitima. Solos en la madrugada pierden su condición de N.N. en una comisaría. A esa hora el registro civil está cerrado. Para muchos, la existencia social es el resultado de un operativo policial. El ingreso a La Tumba sostiene burocráticamente la inscripción y la pesadez insoportable de ser ahí y sin zapatos de goma. De aquí en más un universo de restricciones se abre, la ley de la calle como la supervivencia del más apto, procesa la selección. La imposibilidad del retorno a lo presocial informa de la naturaleza de una cultura. Muchos de los chicos con los que trabajamos recorren esta secuencia. A veces, entonces, se trata más de habilitación que de reinserción. La tarea se inicia desde lo psicoeducacional. Primero habrá que calmar el frío y el hambre. Comienza el arduo intento de trasmitir hábitos primarios y un cierto orden que facilite el camino desde un pensamiento concreto a la adquisición de nociones abstractas. Las dificultades son muchas, los déficits alimentarios, a veces asociados al consumo de tóxicos que suelen ser paliativos contra la vigilia hambrienta, se traducen en escasez de recursos simbólicos, esto es, entre otras cosas, menor capacidad para aprender. Pero éste no es el único obstáculo. Sobre todo tener en cuenta que, cuando se filma La Peste, se estrenan Las Tumbas.